domingo, 12 de septiembre de 2010

Cicleatones

Más ciclistas a cualquier precio. Esa parece que es la consigna que se ha difundido a lo largo y ancho de nuestro mundo conocido desde hace unos pocos años. A cualquier precio y de cualquier manera, claro. No se discute ningún esfuerzo con tal de que se traduzca en más bicicletas en la calle. No importa tampoco qué hagan esos ciclistas ni qué hacían antes de serlo. Son ciclistas y por tanto es bueno.

Para conseguirlo no se escatiman medios, ni millones (de euros, por supuesto). Tampoco importa mucho si para hacerlo hay que atacar a otros usuarios de la vía pública. Es el precio de toda conquista. Son daños colaterales. No hay batalla que no conlleve algunos. Aunque sean víctimas mortales. Las cruzadas son así.

Ciclistas había habido siempre. Discriminados pero dignos, poco atendidos pero determinados, agredidos muchas veces pero discretos y pacíficos. Ahora no. Ahora decir "ciclista" es referirse a una especie protegida, cuyos derechos sólo estamos empezando a vislumbrar.

Todo empezó con los carriles bici. "Carril bici" hace años significaba un carril, dentro de una calzada en medio del tráfico rodado, en el cual la preferencia era para la bicicleta. A la vista de que esto era absolutamente insuficiente para conseguir el gran objetivo, nadie dudó ni un sólo segundo en redefinir el concepto y devolverlo recargado. Hoy en día "carril bici" es cualquier cosa. Eso sí, cualquier cosa con muchas señales de bicicletas (toda una iconografía). Alfombras para que los ciclistas circulen aislados del resto del tráfico, normalmente por aceras, paseos y parques. Rojas, azules, verdes o negras. Con sus logos en el suelo, sus líneas discontinuas, sus bordillos, sus pasos peatonales, sus semáforos. Todo un despliegue de medios y de escenografía.

Luego llegaron las bicicletas públicas. Nadie sabe realmente cómo, pero resultó ser una invasión sin precedentes, con tintes pandémicos y hasta la fecha sin vacuna conocida. Espectaculares. El condimento necesario, imprescindible, para armar a ese ejército de usuarios que deseaban incorporarse a la gran cruzada de la movilidad sostenible en bicicleta.
Y lo consiguieron. Aunque fuera a costa de condenar otras propuestas e iniciativas de algunos incautos. Educación vial, talleres de autorreparación, aparcamientos vigilados y seguros, bicicletas para la movilidad obligada, bicicletas en los colegios, institutos, universidades... todo eso podía esperar a la gran Operación Bicicleta.

Han transcurrido apenas 10 años desde que todo esto empezó y ya no somos capaces de reconocer ni de acordarnos de lo que significaba realmente la palabra "bicicleta" y mucho menos de para qué servía. Ahora hay una nueva especie, los "cicleatones", que han impuesto un nuevo orden a su alrededor.


"Cicleatón": ciudadano de derecho preferente que circula a bordo de un velocípedo por donde cree conveniente y como le da la gana. Tiene predilección por los espacios antiguamente denominados peatonales. No puede circular por la calzada. No debe. Tiene un terror biológico a los vehículos a motor sólo cuando no circula a bordo de uno de ellos. Es peligroso pero no lo sabe, corre peligro pero no quiere saberlo.

Nuestras ciudades se han llenado de "cicleatones". "Cicleatones" orgullosos de serlo, que circulan impunes, protegidos en ciudades orgullosas de haberlos criado. Con mimo. "Cicleatones" que han desplazado a los peatones, que los han arrinconado y les han devuelto su categoría natural de parias de la movilidad. "Cicleatones" sonrientes, felices, desafiantes, que acosan a los peatones porque se lo merecen. "Cicleatones" que son alcanzados por sorpresa por los coches, autobuses y camiones cuando cruzan las calzadas a toda velocidad y con todos los derechos a sus espaldas, creyendo que son indestructibles. "Cicleatones" que desprecian y recriminan a esos locos que se obcecan en circular con sus bicicletas ¡en medio del tráfico!

No me atrevo a imaginar una sola ciudad moderna sin "cicleatones". Me da miedo.

sábado, 4 de septiembre de 2010

¡Basta ya!

No es el mejor momento para reflexionar. La muerte nunca inspira. Sólo perturba, vacía, deja sin fuerzas, desgasta el ánimo. Hoy hemos podido saber que una pobre joven de 24 años que circulaba tranquilamente en su bicicleta tan sólo hace 5 días ha fallecido. Y lo ha hecho porque le ha alcanzado un coche conducido por una persona de manera imprudente.

No es momento tampoco de analizar las causas. Es momento de tomar conciencia de las consecuencias. Las consecuencias de conducir un coche sin cuidado son éstas. Muertes, daños irreparables, desgracias, dolor... Resulta realmente aterrador ver la foto de los vehículos accidentados. Un golpe brutal. El conductor del coche: ileso.


Este accidente, como muchos otros de los que se producen en zonas urbanas se podía haber evitado. El hecho es que la mayoría de accidentes en ciudades entre coches y peatones o ciclistas se producen en pasos peatonales o en intersecciones. Pasos peatonales: lugares por definición recomendados y teóricamente seguros para el tránsito peatonal. Como los carriles bici, espacios protegidos para la circulación ciclista (por el que ella circulaba). Los accidentes siguen produciéndose.

¿Cuándo vamos a comprender que sólo poniendo limitaciones reales a la velocidad de circulación y persiguiendo a los infractores de una manera implacable podremos evitar este tipo de accidentes? Los peatones y los ciclistas que cruzan resultan invisibles para los conductores que circulan a velocidades superiores a 30 kilómetros por hora. El mayor problema no es que los conductores de los coches no miren, es que no ven.

Así pues, está bien que se aleccione y se regule la forma en que peatones y ciclistas tienen que cruzarse en el paso de los coches, pero parece que ha llegado la hora de regular la forma en que los coches (conducidos por personas) se cruzan en el camino de esas otras personas que han decidido caminar o andar en bicicleta.

Publicado en Diario de Noticias el 06-09-2010