martes, 31 de julio de 2012

El peligro en la circulación no es el coche

Surge la cuestión entre los comentarios que suscita una nueva colisión entre ciclista de bicicarril y coche en un paso de con preferencia ciclista. Ya no nos sorprenden, son como las noticias de enfrentamientos en Oriente Próximo o Medio. Nos hemos acostumbrado. Tanto, que ya hacemos comentarios tópicos y nos permitimos bromas tontas cuando la integridad de las personas está en juego.

Respecto al incidente, había un consenso generalizado a la hora de culpabilizar a los conductores de los coches, así, en general, como incautos, incívicos y prepotentes. Casi nada. Como si fueran una casta aparte, como si el mero hecho de ir al volante de un automóvil sirviera para categorizar a las personas y para prejuzgarlas como presuntos energúmenos menospreciadores de la vida de los demás. Lamentamos terriblemente cuando se generaliza con los ciclistas, pero no tenemos ningún empacho en hacerlo con los automovilistas cuando nos conviene. Somos así de simples, así de tontos.

Es el exceso de confianza

Pues no. En este caso, como en la mayoría de los accidentes circulatorios en la ciudad la culpa no es del coche como elemento, ni siquiera la peligrosidad es inherente al mismo, a su peso, a su velocidad. El peligro, el verdadero peligro en la práctica circulatoria lo produce el exceso de confianza. Ese que nos invita a minimizar nuestras defensas, nuestras precauciones, nuestra prevención. Tanto si somos conductores de automóviles, como de bicicletas o caminamos a pie.


Lo demás son pamplinas, argumentos visados, posicionamientos irracionales, tontería. Cuando se produce un accidente, sólo hay que pensar cómo se podría haber evitado y cómo se puede evitar el siguiente y dejarse de memeces respecto a la culpabilidad y al victimismo que la misma suscita. Lo importante es que nadie ponga en juego la integridad física de nadie, empezando por la propia.

Y eso no sólo se logra con educación vial. Muchas veces, en el caso de los ciclistas en la mayoría, depende de la capacidad de hacerse ver e interactuar en el tráfico y eso, en muchas ocasiones, se hace extremadamente complicado cuando se concurre en un cruce desde una vía ciclista bidireccional y segregada: un bicicarril, para que nos entendamos.

La disfunción bicicarril-intersección

Un bicicarril (odio el término) en una intersección se convierte en una trampa mortal, aumentada terriblemente por la sensación de seguridad, de continuidad y por la preferencia que confiere a sus usuarios. Visto desde la bici es claro simple y recto. Visto desde el interior de un coche es, simplemente, imposible. Un conductor no puede, a la vez, mirar a cinco sitios y actuar en consecuencia, así que reduce su atención a tres: su trayectoria, la presencia de otros usuarios al borde de la calzada y el comportamiento del resto de conductores en la misma.


Así, cuando un ciclista emerge desde un lateral, a una velocidad media cercana a los 20 kms/hora, o lo que es lo mismo, a 5 metros por segundo, se convierte en un par de segundos en un blanco que aparece desde más de 10 metros en la trayectoria de un conductor que ha de atender, si la vía ciclista es de dos sentidos, además de a su retrovisor y a los márgenes de la calzada, a un ángulo de 20 metros, muchas veces dificultado por obstáculos (coches aparcados, contenedores, árboles, vegetación, mobiliario urbano, etc.), lo cual hace la operación imposible.


Es por eso por lo que no podemos caer en la trivialización de este tipo de sucesos y en simplismos del estilo de "los conductores tienen que aprender a respetar a los ciclistas" o "el coche mata". Claro que mata, pero mucho más si te tiras literalmente bajo sus ruedas o juegas a ver si te atropella.

Así pues, empecemos a pensar en cómo minimizar las víctimas y dejémonos de monsergas. Porque nadie quiere atropellar a nadie. Nadie. Ni los farrukitos ni los kamikafres. Dicho esto, no está de más hacer un recordatorio básico para automovilistas.


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