martes, 2 de abril de 2013

¿Cómo salvamos a los ciclistas?

Tenemos un problema. Grave. Los coches matan. Y matan ciclistas. Los datos son preocupantes. Aunque en los últimos años las cifras no se han incrementado notablemente, tampoco han disminuido en la misma proporción en la que lo han hecho otros colectivos. Los ciclistas siguen siendo los peor parados en las estadísticas oficiales. La cosa reviste tal gravedad que la Dirección General de Tráfico ha decidido intervenir para poner algún tipo de remedio ante semejante sangría, ahora que ha sido capaz de disminuir las víctimas entre los motorizados.

¿Hay un remedio para proteger a los ciclistas? Desde luego, el asunto es complejo y la casuística lo complica doblemente. Por un lado, tenemos a los ciclistas de carretera, por otro a los que andan por la calzada también en la ciudad y, finalmente, tenemos a los ciclistas que se refugian en ciclovías y en aceras y que evitan sistemáticamente tocar el asfalto por puro pánico. También hay casos mixtos y excepciones a todos ellos. Así pues, es difícil buscar una única solución para todos los casos.

En carretera

Los ciclistas de carretera siguen sufriendo el acoso y derribo de los automóvilistas que siguen sin entender que la carretera es de todos y que llevar un vehículo más potente no da más derechos sino que, en todo caso, obliga a asumir más responsabilidades y más prevenciones. Sin embargo, todavía se ven demasiadas actitudes temerarias entre los ciclistas: circulando sin luces en condiciones de poca visibilidad, conduciendo imprudentemente en zonas comprometidas, no observando las normas de circulación, etc.

Así pues, y pese a que en muchos casos la culpa es de los automovilistas porque conducen el vehículo mortal, los ciclistas siguen demostrando, en muchos casos, una falta de prevención y de observancia de las normas que hacen necesario un recordatorio de cuáles son los riesgos y cómo pueden evitarse.

¿Qué hacer? Insistir en ambos bandos, haciendo un especial hincapié entre los conductores en vías frecuentemente utilizadas por ciclistas.


En ciudad

Ahora bien, lo que vale para las vías interurbanas no vale muchas veces para la ciudad, porque, mientras una carretera es una línea que une dos puntos, una ciudad es una malla densa e intrincada de vías de distintas categorías, secciones y condiciones que hacen la conducción extremadamente compleja y su regulación aún más. Eso sin hablar de las vías ciclistas exclusivas y de la circulación por y desde aceras. Es fácil resumir el tema en un asunto relativo a las intersecciones, porque es ahí donde más accidentes se producen. Accidentes, atropellos o temeridades, porque de todo hay. Sin embargo, no es tan sencillo.

En el medio urbano, las circunstancias que provocan peligro se multiplican exponencialmente respecto a las de la carretera y, pese a eso, la gravedad de los accidentes no es tan alta, simplemente porque, pese a que las actitudes son mucho más agresivas entre los conductores, se conduce a velocidades mucho más bajas y de una manera infinitamente más atenta a como se hace en carretera abierta. Pero es aquí, en la ciudad compleja, donde la cosa es especialmente difícil de trabajar ya que presenta problemáticas multivectoriales.

Se puede trabajar sobre el colectivo automovilista, inmune a tanta campaña alertadora y a tanto impulso controlador, y recibir la respuesta automática de "son los ciclistas los que se ponen en peligro de manera gratuita" o "son ellos los que incumplen las normas y se la juegan".

Se puede trabajar sobre el variopinto y contradictorio colectivo ciclista y encontrarnos con posiciones contrapuestas y argumentos frontales entre ellos. Los que temen al asfalto más que a la muerte, los que dicen no pisar otra cosa que la calzada, los mixtos, los aprovechados, los valientes, los miedosos, los inconscientes, los prevenidos y los prepotentes, los que sólo circulan por las aceras y, para rematarlo, las mujeres, los niños y los ancianos. Cada cual tiene sus necesidades y exigencias. Ante semejante ensalada el asunto se complica extraordinariamente. Tanto que es casi intratable. Porque lo que vale para unos, no vale para otros y, más que eso, lo ven como una amenaza para su forma de entender la circulación segura.

Nos falta sentido común

No hay pues un remedio, aunque sí hay una forma de afrontar el asunto, dada la gravedad del mismo: sólo el sentido común puede ayudarnos a mejorar todo esto. Ese sentido común que nos falta porque muchos no sabemos de qué hablamos cuando hablamos de bicicletas. Porque lo hemos perdido y ahora no nos acordamos cómo era.


El sentido común es, para empezar, el sentido de la circulación, su ordenación, su normativa. Porque está bien proponer algunas excepciones puntuales, pero lo que debe mandar cuando hablamos de vehículos es la norma universal, la conocida por todos y observada por la inmensa mayoría. Esa que nos recomienda saber manejar el vehículo antes de aventurarnos a andar con él, que nos obliga a circular en un sentido, a ocupar un espacio suficiente, a respetar las distancias de seguridad, a señalizar cuando cambiamos de trayectoria, a respetar las señales y los semáforos, a llevar luces de noche y a entendernos con los demás.

Sólo el sentido común es fácil, todo lo demás es complicado. Un carril bici que no esté implementado en la calzada es una complicación extrema para las partes implicadas en su interpretación y mucho más en el momento del encuentro con el tráfico. Porque es imposible de gestionar. Incluso en calzada es difícil si no deja libertad de movimientos en las intersecciones e incorporaciones. Mucho más si es en contrasentido. La circulación por aceras, por descontado, queda fuera de este juego.

Y una forma distinta de concebir la circulación

Ahora bien, el sentido común no resuelve el problema principal en las ciudades y tampoco lo hace en las vías interurbanas que no es otro que: una configuración del tráfico demasiado orientada al coche en el diseño del viario y su ordenamiento. Vías demasiado rápidas, arcenes inexistentes o poco protegidos y sistemáticamente invadidos, sobre todo en las curvas, semáforos ordenados para velocidades motorizadas, cruces pensados para coches, rotondas sobredimensionadas, aparcamiento irregular, etcétera, etcétera, etcétera.

Mientras no empecemos a cambiar la forma de organizar el tráfico y no contemplemos las circunstancias de los más débiles esta batalla seguirá dejando demasiadas víctimas y seguirá favoreciendo demasiado a los verdaderamente peligrosos.

2 comentarios:

  1. Discrepo con lo de que no desciende el número de accidentes en bici. ¿Ha aumentado la peligrosidad de ir en bici, o simplemente hay más bicis circulando? ¿Y hay más bicis en la misma proporción que hay más accidentes? No se sabe. Es imposible saber qué está pasando.
    El problema es que si ahora mismo la accidentalidad baja porque se reduce un 40% el número de ciclistas, algunos dirán que es un éxito.

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  2. Utilizo la bicicleta como medio de transporte en vías interurbanas para ir a trabajar y tambien le doy un uso recreativo, siempre en carretera. Se habla mucho de la importancia de las luces en la bicicleta y siempre se añade la coletilla "en condiciones de visibilidad reducida". Pues bien, creo que ya va siendo hora de llevar esto un paso más allá y empezar a hablar de la importancia de las luces en cualquier condición de visibilidad. Me explico. Yo vengo del mundo de la moto y como se sabe para circular en moto las luces son obligatorias en cualquier momento. Con esto se intenta hacer más visible un vehículo que normalmente tiene unas dimensiones reducidas y por tanto un menor impacto visual en el tráfico. Si esto vale para la moto, me dije, debería valer para la bici que además de tener unas dimensiones comparables a las de una moto cuenta con el hándicap de una velocidad muy reducida con respecto a la del tráfico normal. En mi bicicleta monto un foco potente delante y un piloto de cinco leds detrás. Normalmente los llevo en modo parpadeo y desde una experiencia de tres años y entre doce y quince mil kilómetros puedo decir que la presencia de las luces, incluso a plena luz del día, influye notablemente en las reacciones de los conductores motorizados a la hora de adelantar haciendo que tanto la distancia lateral de seguridad como la prudencia en el momento del adelantamiento se vean sensiblemente beneficiadas.

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