miércoles, 25 de septiembre de 2013

Los ciclistas caen como moscas

Con la Semana de la Movilidad recién vencida, llega la necesaria resaca que produce cualquier celebración. En estos días de exceso informativo y de propaganda descarada se han vertido muchas opiniones, la mayoría de ellas gratuítas, sobre lo que debería ser y no es la movilidad urbana. Un buen filón lo han constituído las desavenencias entre falsos ciclistas (o ciclistas de acera) y peatones. Otro, muy jugoso, el incremento exponencial de los accidentes ciclistas. Es a éste al que le vamos a prestar atención.

Mucho se ha escrito y se ha elucubrado sobre la accidentalidad de las bicicletas en las ciudades, pero hay pocos datos fiables al respecto, porque la mayoría responden a manipulaciones interesadas o a estimaciones que se autojustifican con el crecimiento más que proporcional de los usuarios de la bici.

Estos son los datos

Los únicos datos fiables por el momento son los que nos aporta el Ayuntamiento de Vitoria-Gasteiz, que es prácticamente el único que expone la realidad de una manera clara y objetiva, sea ésta favorable o desfavorable para sus intereses. La estadística de la capital alavesa arroja unos datos que desvelan hacia dónde está derivando la movilidad ciclista, incluso en ciudades que están planteando la cosa de la bicicleta con bastante tino. Los gráficos son esclarecedores.


Más de un 70% de los accidentes ciclistas registrados se han producido en circulación por espacios peatonales o por vías ciclistas. Por supuesto, esto se produce porque la mayoría de los ciclistas en esa ciudad circulan por esos lugares, pero es una constatación más de que los ciclistas en esos espacios considerados seguros (más allá de los encontronazos y de las molestias y fricciones que producen) siguen provocando y sufriendo accidentes.


Si atendemos a las causas de dichos accidentes, podremos concluir que las aceras, las vías ciclistas segregadas del tráfico y la percepción de seguridad que provocan hacen que la siniestralidad se dispare. Si no ¿cómo un ciclista puede resultar atropellado en una salida de garaje o en un paso de cebra? ¿O cómo la conducción desatenta y sin precaución puede representar una cuarta parte de los siniestros?

Si agregamos los datos, ignorando ese tercio de indeterminados entre los que seguro hay casos de ciclismo peatonal, obtenemos un escandaloso (o no tanto) 53%.

Respecto a la falta de observancia de los cedas el paso por parte de los automovilistas habría que precisar cuántos de estos incidentes se producen por invasión repentina e incluso temeraria de la calzada por parte de los ciclistas, aunque sea en situaciones de preferencia.

¿Por qué?

Con todos estos datos a la vista se podría concluir fácilmente en que el proceso de ciclabilidad que se ha producido o provocado en los últimos años en nuestras ciudades ha deparado en un pequeño desastre, con las aceras y zonas peatonales llenas de bicis, con ciclistas circulando peregrinamente a su ventura y riesgo, de manera desatenta, despreocupada y medianamente incívica, pero seguro que habrá alguien que se ponga a sacar músculo con que en su ciudad esto no sucede porque ellos han hecho las cosas bien (tipo Sevilla) o porque ellos no van a cometer los mismos errores que los demás (tipo Madrid).

Siempre nos quedará lo de mirar a otra parte por tratar de ver más gente montada en bici, pero desde aquí no nos cansaremos de dar el mismo aviso una y otra vez. Los coches son peligrosos, pero es mucho más peligroso un ciclista incauto circulando alegremente fuera del tráfico. Sobre todo para él mismo.

¿Y por qué las ciclistas no?

Hay sin embargo un dato que llama poderosamente la atención (o quizá no tanto) en la explotación de los datos que nos aporta el estudio vitoriano: las mujeres se accidentan en una proporción de 1 a 4 respecto a los caballeros a pedales.


¿Sorprendente? En absoluto. Las chicas, en general, son menos dadas a dársela. En bici igual que en automóvil se accidentan menos. Una consecuencia más de su prevención, su suavidad, su falta de violencia y, en general, su prudencia.

Merece la pena reflexionar al respecto un rato, aunque hay cosas genéticas por no llamarlas genéricas (de género) que son inevitables. También en la bici la testosterona tiene sus efectos negativos.

¿Qué conclusiones se extraen de todo esto?

La primera y más importante es que este modelo de ciclabilidad, como ya hemos anunciado hasta la saciedad, no resuelve el problema principal de las personas que optan por la bicicleta porque no reduce la peligrosidad real a pesar de que mitigue el miedo que el mismo sistema se dedica cada día a sembrar alrededor de la bicicleta. Circulando por los márgenes, apareciendo sorpresivamente por las esquinas, multiplicando los riesgos en las intersecciones y acosando voluntaria o involuntariamente a los peatones no vamos a conseguir la misión central de la ciclabilidad que no debería ser otra que hacer las ciudades más amables para el libre concurso de la bicicleta en la circulación.

Otras medidas menores que se podrían derivar de este análisis, tales como la educación en la empatía de los automovilistas, la educación vial de los ciclistas, la reforma de la normativa de circulación o la persecución implacable de los infractores, no sirven más que para consolidar la desquiciada situación circulatoria en la que hemos metido a los que quieren optar libremente por la bicicleta y para dar por buenas las actuaciones realizadas hasta ahora.


Enlace al informe

viernes, 20 de septiembre de 2013

La Semana de la Movilidad Inamovible

Estamos acostumbrados a celebraciones. Nos gusta eso del Día o de la Semana de. Nos reconforta saber que con una participación simbólica, con un donativo, cumplimos con las principales misiones que hay por hacer en nuestro mundo. Y nos lo creemos.

Esta vez es la Semana de la Movilidad. Aunque sabemos de sobra que no se está haciendo prácticamente nada por cambiar el estado de las cosas en lo que a la movilidad urbana se refiere, nos gusta comulgar con el eslogan que propone: "La ciudad sin mi coche". Un eslogan que, ya de entrada, encierra un cierto vicio en su enunciado, porque presupone que todo el mundo tiene un coche en propiedad. Falso.

Pero la mayor falsedad de la Semana de la Movilidad y la política de movilidad de la práctica totalidad de las ciudades de nuestro entorno no es esa. La mayor falsedad es que nadie se está proponiendo en serio restar coches y viajes motorizados en nuestros pueblos y ciudades. Parece que fuera una especie de traición al estado de bienestar, al confort personal y hasta al desarrollo económico conquistados las décadas pasadas.


Es por eso que la mayoría de nuestros políticos no se atreven a hacer nada que perjudique el uso y el abuso de los automóviles en los núcleos urbanos y, cuando se proponen hacer alguna actuación que teóricamente beneficia a otros modos, lo hacen de cara a la galería. Así tenemos una buena colección de chapuzas en forma de carriles bici, aceras invadidas, bicicletas públicas, zonas azules y peatonalizaciones dotadas de fabulosos aparcamientos subterráneos que no hacen sino un efecto llamada. Porque nadie en su sano juicio osaría limitar el acceso de los coches al centro.

Y sin embargo cada vez más gente anda en bicicleta. A pesar de que todo el desarrollo ciclista se ha hecho a costa de invadir zonas peatonales y condicionar el libre albedrío que define a las mismas, convirtiéndolas en espacios de circulación. Esto es especialmente preocupante en las aceras. Haber propuesto oficialmente la invasión de las aceras por las bicicletas está teniendo unas consecuencias realmente graves en ciudades como las nuestras con un marcado carácter peatonal.

La gente que camina, pasea o simplemente está, que es la mayoría, a la que no se ha dudado en agraviarla por no molestar el tráfico rodado, está pagando el pato de esta política de movilidad y está sufriendo las consecuencias más importantes, aunque las más graves se las estén llevando esos ciclistas de acera al ser atropellados sistemáticamente en pasos peatonales y en pasos de acera bici.

No parece que nada de esto tenga visos de cambiar, al menos esencialmente, porque nadie tiene la más mínima intención de desincentivar el uso del coche. Así pues dejarnos a algunos que no participemos en esta mascarada y que tratemos de luchar por la movilidad eficiente, saludable, democrática e igualitaria, pero también por la proximidad, por la accesibilidad y por la rehumanización de nuestras ciudades.

domingo, 15 de septiembre de 2013

Esto no es movilidad sostenible

Hacer unos cuantos carriles bici más o menos chapuceros, peatonalizar unas cuantas zonas, poner unas cuantas señales de limitación de velocidad a 30 kms/h o ampliar la zona azul no es hacer movilidad sostenible. Como no lo es que más gente ande en bicicleta o a pie si no se hace a costa de que menos gente utilice el coche particular para desplazarse en viajes.

No es movilidad sostenible hacer cursos para que la gente aprenda a circular por esa gamberrada que supuso pintar muchas aceras de nuestra ciudad, como no lo es colocar unas cuantas bicicletas públicas en unos cuantos puntos. Tampoco es movilidad sostenible poner unos cuantos puntos de recarga para coches eléctricos o comprar una pequeña flota y colocarla en esos puntos a disposición de la gente. Eso no es movilidad sostenible.

Ninguna de estas medidas significa por sí misma que se esté haciendo algo por mejorar nuestras ciudades en términos de movilidad si no sirve para disuadir a la gente de que utilice el coche privado y, más que eso, si no consigue reducir su uso de manera significativa.

Porque hemos llegado a un punto, incluso inmersos en plena recesión (que ha colaborado notable y desgraciadamente en la reducción del número de viajes), en que el transporte privado se ha convertido en el principal agente nocivo no sólo si se quiere conservar una calidad del aire básica, sino porque su utilización masiva redunda en un deterioro general del entorno urbano. Deterioro en términos de seguridad vial, deterioro en términos de sanidad pública derivado de fomentar hábitos de vida poco saludables, deterioro por sobreocupación del suelo e incluso del subsuelo, deterioro porque sus infraestructuras representan barreras formidables que condicionan la permeabilidad de las ciudades y el acceso a las mismas para los que no utilizan medios motorizados para moverse.

Celebrarlo durante una semana al año con unas cuantas actividades más o menos simbólicas y más o menos simpáticas, pero siempre superficiales, no mejora el resultado. 


No. Esto no es movilidad sostenible. No lo es mientras sigamos promoviendo la dispersión de la población mientras los centros urbanos se quedan semivacíos. No lo es mientras sigamos invitando a los ciudadanos a utilizar la tremenda oferta de aparcamientos subterráneos para acceder hasta el mismísimo casco antiguo en coche. No lo es mientras sigamos presentando el transporte público como una indeseada carga para la administración y hasta para el propio ciudadano.

No lo es mientras sigamos permitiendo el acoso y la intimidación de los peatones por las bicicletas circulando impunemente por las aceras como si no pudiera ser de otra manera. No lo es mientras sigamos manteniendo esas fabulosas autopistas urbanas que son nuestras principales avenidas. No lo es mientras sea más fácil cruzar la ciudad en coche que rodearla. No lo es mientras los polígonos donde se centraliza la mayor parte de la actividad económica sigan siendo imposibles de acceder en algo que no tenga motor. No lo es mientras nuestros menores y mayores no tengan oportunidades de moverse libremente y con seguridad por nuestra ciudad.

Esto, señoras y señores, no es movilidad sostenible. Así que no sé por qué insistimos en celebrarlo.

sábado, 14 de septiembre de 2013

Aviso para navegantes: la batalla no es el camino

Llevamos muchos años pensando que la confrontación, la reivindicación y la defensa aguerrida de las posiciones ciclistas es el único camino posible para conseguir que se observen, se recojan y se respeten sus derechos y se mejore su situación general en la movilidad urbana e interurbana.

Sin embargo y aunque parezca una bajada de la guardia, empieza a parecer que el enfrentamiento atroz que está teniendo lugar en los últimos años, sobre todo desde que la nueva Dirección General de Tráfico ha decidido entrar en escena y acaparar todo el protagonismo en la defensa de unos postulados antagónicos a los de los colectivos ciclistas, no nos va a llevar a ningún buen paradero y está centralizando demasiado el discurso y desviando la atención de lo más importante y central: conseguir ciudades y carreteras más amables, más humanas y más seguras, donde se pueda vivir mejor, circular con mayor tranquilidad independiente del medio de locomoción que se elija y disfrutar más.

Prestando tanta atención a la ley estamos cayendo en una trampa que nos está haciendo apartarnos del objetivo fundamental que deberíamos perseguir los que tratamos de normalizar el uso de la bicicleta dentro de una lógica de revitalización y rehumanización de las ciudades, esto es, que la gente ande en bici sin que ello se convierta en algo extraordinariamente complejo o se perciba como algo increíblemente arriesgado.


Si, en vez de eso, seguimos atendiendo y contestando a los improperios, a los desafíos y a las amenazas de quienes no están y no han estado nunca preocupados más que por la gestión y el mantenimiento del tráfico motorizado, estaremos respondiendo a su estrategia de demostrar que somos unos títeres que nos movemos a su compás y que la potencia del lobby que les presiona y acompaña formado por la industria automovilística, las constructoras, las aseguradoras y todos los que les rodean (autoescuelas, financieras, talleres, industria del recambio y todo el conglomerado de empresas necesarias para mantenerlo), con todo su poder mediático, es suficiente para seguir marcando el rumbo de los acontecimientos en esto de la circulación.

No podemos actuar como comparsas. No podemos movernos por reacción. No podemos desviarnos de nuestros objetivos. No podemos desatender nuestros problemas, ni los urgentes ni los importantes.

Centrémonos en nuestra misión

Los problemas urgentes que ahora mismo debe resolver una sociedad en la que la bicicleta se ha metido con calzador son los que atañen la normalización de su uso:

  • La denuncia, desmantelamiento y/o reconstrucción de todas aquellas facilidades que se han implementado de una manera atropellada, posibilista y deficiente en nuestras ciudades (sobre todo carriles bici y bicicletas públicas, pero también aparcamientos).
  • El restablecimiento de la circulación de las bicicletas por la calzada por defecto o, lo que es lo mismo, el abandono de las aceras, sin ningún tipo de condiciones.
  • La restitución de hecho de la categoría de vehículo de la bicicleta, con plenos derechos y obligaciones en el tráfico rodado.
Las tareas importantes, esas que invariablemente se difieren en el tiempo por la falta de una verdadera estrategia dentro de los responsables de representar los intereses de los ciclistas, enfrascados en labores más triviales son:

  • La incorporación de la bicicleta como opción de locomoción entre nuestros menores, tanto en el entorno escolar como en un marco social mucho más amplio, a través de iniciativas que consoliden las habilidades de nuestros niños y jóvenes y que les ayuden a percibir la bicicleta como una opción real, segura y conveniente de locomoción en sus desplazamientos habituales, para que pase de una manera natural de ser un juguete a convertirse en un vehículo personal idóneo en el entorno urbano.
  • La progresiva disuasión del uso del automóvil privado, a través de medidas coercitivas pero también de iniciativas alentadoras, que hagan que su uso se acabe convirtiendo en algo excepcional e incluso indeseable. 
Son estos los puntos fundamentales sobre los que debería orbitar la acción de los grupos y de las personas que pretendan atender los intereses de los que utilizan la bicicleta en nuestro entorno y, de forma más general, de todos aquellos que queremos lugares más amables y más seguros para vivir.

Por supuesto que una normativa y unas instituciones favorables facilitarán este proceso, pero, incluso sin ellas, no se debería desenfocar la atención en lo verdaderamente importante. Si no, los que sólo se preocupan en mantener el orden imperante pueden conseguir mantenernos entretenidos con sus artimañas y así desactivarnos y alejarnos de nuestra verdadera misión: que haya menos coches en nuestras calles y carreteras y que se vuelvan más seguras, más habitables y más atractivas.

miércoles, 11 de septiembre de 2013

Lechugas en una carnicería

- Ya tenía ganas de visitar una tienda para vegetarianos - comentaba el otro día un honorable visitante en nuestro garito. Un representante de una de las más prestigiosas marcar de nuestro universo ciclista cercano que vino a espiar con tarjeta de visita. Todo un bicitante.

- Tratar de vender bicicletas y accesorios para el ciclismo urbano en tiendas de bicis deportivas es como vender lechugas en una carnicería.

Interesante analogía.

Se molestan. Los ciclistas urbanos y los deportivos. Al menos, como consumidores. De hecho, no se sienten identificados por más que ambos anden en bici. No tienen nada que ver. Incluso siendo las mismas personas, son facetas aisladas, una suerte de Dr.Jekyll y Mr.Hyde. Distintas actitudes, distintos objetivos, distintas necesidades, que requieren un trato diferenciado. Ni mejores ni peores, distintos.


Hay todavía mucha gente que sigue sorprendiéndose de que haya establecimientos especializados en la bicicleta como medio de locomoción y como medio de transporte incluso en ciudades tan bien surtidas de tiendas de bicis como Pamplona (probablemente la ciudad con mejores tiendas de bicis de todo el mundo por habitante).

Las propias marcas de bicicletas, las fuertes, las poderosas, se encuentran con este problema, con esta disquisición. Es difícil vender comida para vegetarianos en una carnicería. Aunque haya voluntad. Simplemente porque el cliente no se siente identificado, no se siente comprendido por el vendedor. No pasa nada más.

Por eso surgen como setas establecimientos especializados en algo que para las grandes tiendas no pasa de ser una sección más o menos marginal.

sábado, 7 de septiembre de 2013

La hijap... bici

La propuesta para hoy: un vídeo autocrítico, sarcástico, cinico y descabellado para animar este fin de semana lluvioso que nos hace recordar que el verano está terminando y que viene el otoño rutinario, tristón aunque entrañable.



Vuelta a la cruda realidad, vuelta a la subcultura ciclista, vuelta a la batalla diaria por tratar de reivindicar que esto debe ser normal, ni mejor ni peor, ni demasiado bueno ni necesariamente malo, ni excesivamente condescendiente ni espectacularmente arriesgado. Vuelta a la rueda, vuelta a la calle, vuelta a la Vuelta.

No nos vamos a cansar de pedalear, no nos vamos a cansar de usar la hijap... bici para desplazarnos. Aunque vamos a tratar de hacerlo sin dar mucho por el c***.

Ahora que si estás de andar jod**ndo al personal, entonces esta gente te recomienda que te hagas con esto.



También puedes "decorarte" con alguna de sus "divertidas" camisetas y pegatas en la que recuerdes a la gente que tú estás ahí y cuál es tu condición.


A veces, sacando las cosas de quicio se consigue mucho más que tratando de ser razonable, correcto y formal. A veces.

jueves, 5 de septiembre de 2013

La educación ciclista se aprende en casa

Y cuando somos pequeños, sobre todo. Imitando, siguiendo los consejos de los que para ti son tu guía y tu modelo. Esa es la principal escuela de ciclismo. Un padre, una madre acompañando a sus pequeños por los itinerarios habituales y dándoles consejos de prevención, mejorando las habilidades básicas, cogiendo confianza.


No hay mejor educación que predicar con el ejemplo y, en esto de la educación vial, la mejor escuela es la calle. No hacen falta profesores ni policías, que serán bienvenidos en el entorno escolar para reforzar los conocimientos y para recordar la presencia de la ley y las consecuencias de su incumplimiento. La educación vial, el civismo en bicicleta se aprende andando en compañía de alguien de confianza. Los padres, los mejores. También valen tíos, abuelos y hermanos mayores, pero es otra cosa.



El ejemplo de una madre, de un padre para un hijo, para una hija es insustituíble. Y el aprendizaje se impregna de una manera natural, como un juego familiar, como una demostración de los menores de una adquisición de habilidades ante sus padres, como una demostración de que ya se van haciendo mayores, autónomos, independientes. Es realmente emocionante para las dos partes y lo que se aprende así no se olvida nunca.

Para empezar, unos cuantos consejos
  1. No tengas prisa.
  2. Circula con el menor delante, para poder ver su evolución y para corregir sus vicios y hacerle consciente de la prevención.
  3. Paciencia.
  4. No te obsesiones con que lo hagan todo perfecto a la vez. Son demasiadas cosas. Es preferible ir paso a paso. Detente las veces que te haga falta y repite amablemente las maniobras.
  5. Paciencia.
  6. Deja que el niño (la niña) te demuestre que ha aprendido. Es mucho más gratificante.
  7. Paciencia.
  8. Prueba primero en circuitos seguros y totalmente apartados del tráfico. Cuando muestren seguridad, no rehuyas las calles tranquilas. Es la mejor manera de salvar el miedo al tráfico y la intimidación del coche.
  9. Paciencia.
  10. Haz itinerarios con sentido y con objetivos interesantes y reales: ir al cole, ir a la piscina, ir a hacer la compra, etc. Así demostrarás el valor como vehículo y no sólo como juguete que tiene la bicicleta.
  11. Vete complicando los escenarios para iros haciendo con todas las situaciones posibles: rotondas, intersecciones, incorporaciones, pasos difíciles.
  12. Enséñale a bajarse de la bici en las aceras y en las zonas peatonales cuando haya mucha gente.
Enhorabuena y gracias.

P.D.: Gracias a Mikael por las fotos.

miércoles, 4 de septiembre de 2013

Por qué no usaré casco cuando vaya en bici por mi ciudad, aunque sea obligatorio

Artículo extraído del blog en bici por madrid y escrito por Villarramblas

Antes de pensar que me he vuelto loco, les ruego lean mis motivos y verán que esta decisión es cabal. Sé que algunos me pondrán a parir, porque sólo leerán el titular (un saludo a mis amigos de meneame.net). En todo caso, no espero que nadie comparta esta decisión. Lo escribo una vez para no tener que contarlo cien. 

Hay dos maneras de no romperse la crisma: una es llevar un buen casco si hacemos algo peligroso, la otra es evitar el peligro. Ambas son respetables, yo he elegido la segunda cuando uso mi bici para desplazarme. Sé que muchos de ustedes piensan que eso no es posible, que la bici es demasiado insegura como para poder elegir no tener riesgos. Lo cierto es que sí podemos elegir, pero todavía poca gente lo sabe.

Llevo tres años colaborando como redactor en este blog en el que miles de lectores entran y cuentan sus propuestas, consejos y problemas. También cuentan sus accidentes, y eso es una información valiosísima de primera mano que no conoceremos jamás por los atestados policiales, que no se hacen públicos. Los accidentes ciclistas siguen pautas predecibles, aquí y en todo el mundo (donde sí se publican estudios sobre los atestados) y se pueden evitar con sencillos consejos. Incluso en esas caídas tontas que siempre pueden pasar tenemos capacidad para minimizar los daños y no sólo los de la cabeza, sino los de todo el cuerpo. Basta con ir suficientemente despacio y tener espacio a nuestro alrededor para poder esquivar imprevistos o poderse caer en un suelo libre de obstáculos, sin mayores consecuencias que alguna contusión.

Sé que hay ciclistas que les gusta correr, ir por terrenos accidentados, usar vías ciclistas demasiado estrechas, o incluso saltarse semáforos. En esos casos, el golpe es probable y me parece totalmente cabal llevar un casco para amortiguar el impacto si sucede en la cabeza. Pero déjenme elegir no participar en esas actividades de riesgo. Las calles de mi ciudad no tienen ramas ni farolas en medio de la calzada contra las que abrirse la cabeza, y jamás circulo cerca de un bordillo por ese motivo.



¿Y los otros vehículos? pensaran ustedes. Porque uno puede ser cuidadoso con su bici, pero no puede controlar los coches que hay a su alrededor y que causan bastantes más accidentes a los ciclistas que las caídas propias. Afortunadamente, la gran mayoría de conductores no quiere problemas y procuran no chocar conmigo si les ayudo. Basta con ser predecible y visible, algo que se consigue respetando las normas básicas de circulación, usar luces de noche y situándose en el centro del carril en la calzada, aunque a alguno de ustedes le choque. Aunque crean que los accidentes los causan conductores desaprensivos o ciclistas locos, les sorprenderá saber que casi siempre se trata de coches que circulan correctamente y de ciclistas que creen hacer lo correcto pero no siguen estas dos reglas, a veces por desinformación, y a veces por obligaciones que las normas de tráfico imponen a los ciclistas contra toda lógica y contradiciendo las normas básicas, como circular en el ángulo ciego de un camión que va a girar.

Sí, lo sé. No me olvido de ese pequeño grupo de descerebrados al volante ante los que es imposible defenderse, ni siquiera cuando caminamos por un paso de cebra, y de los que leemos en prensa cada pocos días en la sección de Sucesos. ¿Puede ayudarme un casco en situaciones así de extremas? Sí, sin duda. Al igual que le puede ayudar a usted si es el peatón que tiene la desgracia de cruzarse en el camino de la violencia vial. Porque esos casos ya no son accidentes. Igual que una agresión sexual no es un accidente, ni lo es un disparo a bocajarro. Es violencia consciente contra el prójimo.

Y lo terrible es que estamos siendo cómplices de esta violencia cuando miramos hacia otro lado, o lo que es peor, cuando al enterarnos de noticias así, las despachamos con un frívolo "es que la víctima debería de haber llevado casco", sólo porque la víctima iba en bici. Me parece una degeneración moral extrema que se culpabilice a la víctima que no se acoraza frente a su agresor. Es algo que no tengo que explicar si se trata de un ciudadano atropellado, y me sonroja tener que hacerlo cuando ese ciudadano ha decidido subirse a una bicicleta.

No señores, quiero poder pasear por mi ciudad sin tener que defenderme de otros ciudadanos.  Y rechazo firmemente cualquier ley que me considere un delincuente por ello.

Dentro de unos días el Congreso se reunirá para debatir el futuro de la bici en el Reglamento de Circulación. No se hablará de ninguna medida para evitar caídas y atropellos. Sólo se decidirá si ir en bici sin casco es merecedor de sanción. Si finalmente se aprueba esa medida no la voy a acatar.
 
Sé que la gente de mi alrededor me preguntará el porqué. Y me advertirán del peligro que supone desobedecer esa ley. No, amigos míos: el peligro es el mismo con ley y sin ella. Lo único que me juego es el dinero de una multa, y acepto pagar por mi desobediencia civil. La alternativa sería tragar con un reglamento que responsabiliza a la víctima de la conducción irresponsable de otros, y no quiero ser cómplice de esa barbaridad.

Cada vez hay más gente que se está dando cuenta del gran error que supondría tener una ley así, aunque hay quien todavía la defiende como modelo de comportamiento para los más jóvenes. Si usted piensa que mi desobediencia puede ser un mal ejemplo ante futuras generaciones, le pregunto: ¿Es ese el futuro que quiere para la ciudad en la que vive? ¿Quiere enseñar a sus hijos que estamos construyendo una sociedad donde no será posible usar una bici sin miedo a los demás?

Les propongo caminar hacia otro escenario: una ciudad en el que todos, incluso los niños, podamos usar la bici sin tener que defendernos de nuestros vecinos. Ese es el objetivo que debemos tener presente: hacer de la ciudad un lugar suficientemente civilizado para que el casco no sea necesario.

Y por supuesto, el día que me apunte a una ruta por los montes donde las piedras y las caídas son frecuentes, no tengan duda que llevaré casco. Mi decisión de no usarlo en ciudad no está reñida con el sentido común.

lunes, 2 de septiembre de 2013

Por qué no pertenecer a la Europa de las Bicis

Mucha gente que mira a la bicicleta como una oportunidad y como un elemento necesario para conseguir mejorar la habitabilidad de nuestras ciudades sueña con llegar algún día a los niveles de implantación, integración y utilización de algunos países de Europa, donde la bicicleta representa un porcentaje realmente significativo en el total de desplazamientos diarios de las personas.

La Europa de las Bicis

La Europa de las Bicis es esa parte de Europa donde los ciclistas son visibles en las calles, donde te encuentras bicicletas por todos los lados, donde en las casas hay aparcabicis, donde se pueden meter las bicicletas en los trenes con naturalidad, donde hay un buen montón de kilómetros de rayas pintadas en el suelo a las que llamaremos carriles bici, donde cualquiera usa la bici (mayores y menores, chicas y chicos) para cualquier cosa.

Esa Europa de las Bicis, que vemos idílica desde una perspectiva puramente ciclista, tiene algunas condiciones que difícilmente podremos lograr y que tampoco deberíamos perseguir afanosamente.


Dispersión geográfica

La mayoría de las ciudades, grandes, medianas y pequeñas, se han desarrollado según un modelo de urbanismo extensivo, casas individuales o pisos de pocas alturas, con baja densidad de población, lo cual ha provocado que las distancias sean importantes y que los servicios se hallen deslocalizados, ya que la mayor parte del suelo es residencial.

Ciudades planas

Otra condición que hace que la bicicleta se pueda desarrollar en estas ciudades es su orografía. Raramente una ciudad con cuestas puede conseguir una alta utilización de la bicicleta. De hecho, se puede ver en nuestro propio entorno. ¿Por qué las ciudades con más utilización de la bici son ciudades eminentemente planas como Vitoria, Zaragoza, Sevilla o Valencia? Además en este tipo de ciudades basta con que la bicicleta tenga pedales y frenos para que se pueda utilizar, lo cual abarata mucho la decisión de utilizar la bici y la hace, por tanto, más atractiva por su economía y simplicidad.

Escasa cultura del caminar

Teniendo en cuenta esto, el hábito de caminar pierde su sentido de movilidad y pasa a ser un mero ejercicio recreativo o deportivo. En este tipo de ciudades, la gente sólo camina en las islas peatonales que normalmente ocupan los centros de las ciudades, con gran éxito comercial, y donde nadie osa ir montado en bici y no sólo porque esté estrictamente prohibido o vigilado sino porque creen que es la única manera de conservar el carácter peatonal de las mismas. La gente anda para eso o para hacer algo de ejercicio, en menor grado.

La bicicleta está arraigada

En estas condiciones, donde las zonas residenciales son extensas, donde los recorridos habituales raramente son inferiores a 1 kilómetro, donde la disponibilidad de suelo permite hacer vías dedicadas para los no motorizados y donde muchas veces, dada esa dispersión, las carreteras locales cuentan con muy muy poco tráfico, la bicicleta cobra una utilidad indiscutible y, por tanto, se usa. Se usa y se ha usado históricamente con continuidad, lo que hace que sea un hábito generalizado entre la población desde la infancia y que todo el mundo comprenda la bicicleta dentro de la circulación, independientemente de dónde se produzca ésta.

Menor violencia vial y más respeto

Es aquí donde la diferencia se hace insalvable. En estas latitudes la gente es, por norma, más civilizada. Entienden que el respeto es la única forma de preservar el orden y la seguridad y así lo practican. A veces con exceso, visto desde nuestra perspectiva. Son escrupulosos y exigentes a la hora de cumplir las normas: esperan pacientemente en los semáforos, respetan los cedas el paso, no acosan a los más débiles, rara vez tocan la bocina, pero también exigen agilidad, prevención y orden. Aquí nos separa un mundo, que a veces se antoja irreconciliable.

Menor índice de robos de bicicletas

En todo el mundo se roban bicis. En todo el mundo se vandalizan. Sin embargo, en la Europa de las Bicis se pueden ver bicicletas más que dignas aparcadas durante el día o la noche en una valla o en un aparcabicis con la sola protección de una sirga mínima. Esto aquí sería impensable y es uno de los factores más disuasorios del uso de la bici. ¿Bicis pernoctando en la calle o bicis dejadas en estaciones durante toda una jornada? Imposible.

¿Por qué no?

Estas son sólo algunas de las razones por las que parece insalvable la distancia que nos separa de esa deseada Europa de las Bicis. Pero hay una razón más poderosa que nos debería disuadir de intentar conseguirlo.

Nosotros no deberíamos perder nuestra cultural peatonal

O al menos no deberíamos desearlo, aunque muchas veces se puede dudar de ello, dadas las políticas de movilidad de muchos municipios y gobiernos. El hábito de andar no es casual en nuestras ciudades. Nuestras ciudades, nuestra cultura, nuestra sociedad es eminentemente peatonal. Aquí se ha caminado históricamente para desplazarse, aquí hay muchas más y mejores condiciones para hacerlo de una forma eficiente y agradable que en la Europa de las Bicis.

Ni nuestra forma de utilizar la calle

Pero es que aquí la vida sucede en la calle, en el exterior, en el lugar común, en el lugar de encuentro. Da igual que sea en un barrio o en el centro de la ciudad. Y eso es una condición que debería ser irrenunciable. Porque es un tesoro. Es nuestro tesoro y no podemos dejar que las bicicletas nos lo condicionen. Aunque seamos amantes de las bicicletas sobre muchas otras cosas, hay que saber dónde está el límite.

Porque en la Europa de las Bicis el peatón es un incomprendido fuera de las islas peatonales y sus espacios son invadidos sistemáticamente por bicicletas en circulación que no entienden a los peatones. Porque prácticamente no hay.

Por eso deberíamos renunciar a la Europa de las Bicis…

Esto y la chatarrería en la que se convierten los puntos neurálgicos de las ciudades, invadidas por bicicletas muchas veces abandonadas que ocupan grandes superficies y afean y condicionan muchos accesos, deberían ser motivos suficientes para disuadirnos de anhelar la pertenencia a esa élite ciclista y orgullecernos de pertenecer a un modelo más humano, más cercano y más relacional, que es el modelo peatonal, que deberíamos proteger a toda costa.

… para promover y preservar la Europa de las Personas