domingo, 27 de octubre de 2013

¿Es posible impulsar la bici sin desincentivar el uso del coche?

Bicis en las aceras, bicis en los caminos bici, bicis en los paseos, bicis en los parques, bicis en los jardines... y en la calzada sólo coches. Hay excepciones pero son escasas. El desarrollo de la bici como opción de movilidad en nuestras ciudades se ha hecho a costa de los peatones pero ¿por qué?

Pues porque ha sido un juego, un juguete en manos de unos políticos medrosos y cortos de miras, que han querido utilizar la bicicleta para escenificar un teatro de sostenibilidad, contando con unas cuantas marionetas que han visto que la ocasión la pintan calva y que su diosa bicicleta era merecedora de un reconocimiento histórico pendiente. Todos ellos estaban de acuerdo en una cosa: cuantas más bicicletas en la calle, mejor.


Ecosistema urbano y movilidad

Lo que no tenían en cuenta es que la ciudad como ecosistema y la movilidad como uno de sus vectores más importantes no funciona por simple adición sino que requiere de una visión de conjunto y que la maldita sostenibilidad (ese fabuloso sucedáneo de la innombrable ecología) no se consigue añadiendo items sino, fundamentalmente, compensando los desajustes y tratando de contrarrestar las componentes que hacen que ese monstruo devorador de energía y generador de tensiones ambientales y sociales tremendas en el que vivimos la mayoría de las personas hoy en día, se haga algo más amable, más eficiente y menos agresivo.

En términos de movilidad (otro eufemismo fatal que no ha servido más que para priorizar la necesidad de moverse por encima del derecho a la accesibilidad y a la deseable proximidad) la ciudad es el escenario de las opciones que la gente ha ido tomando para desplazarse. Así hay gente que utiliza para moverse automóviles, transporte colectivo, bicicletas o lo hace a pie. Son opciones y no son estancas, es decir, una misma persona puede desplazarse en distintos medios de transporte de acuerdo a sus distintos viajes. Otra cosa que nos cuesta un montón comprender.

La mano invisible y sus intereses

En el sistema de la movilidad cuenta de una manera decisiva la estrategia de incentivación de unos medios frente a otros, que normalmente viene diseñada por los gobernantes conveniente presionados por los grupos de interés económico, los tan temidos "lobbies", con sus amenazas y sus promesas de progreso, desarrollo y sobre todo riqueza infinita. De los objetivos que se plantean esos grupos de poder depende la configuración de las calles y sus desequilibrios.

La cosa entendida así ya no parece tan limpia y tan inocente, porque en realidad no lo es. La realidad es siniestra e interesada y la maquinaria del poder no entiende de sofismas ambientalistas ni de quimeras sociológicas. Esas son causas para el necesario contestatarismo que afianza, con su marginalidad y su fragilidad, la lógica aplastante del poder. Dominante.


Es ese poder y los gobiernos que le bailan el ritmo el que ha ido decidiendo introducir, incentivar y acabar imponiendo el uso del automóvil privado como opción deseable para los desplazamientos habituales de la ciudadanía. El mismo poder que ha fomentado la dispersión geográfica que ha acabado con la posibilidad de utilizar otros medios, que ha construido asentamientos sólo accesibles en coche, que ha diseminado los centros de actividad para despotenciar al transporte colectivo, sobre todo el público, y que ha disuadido a la gente de ir a pie o en bici a sus destinos habituales. El mismo que ha ido configurando la ciudad y sus conectores dimensionándolos a escala coche y haciéndolos poco atractivos para los no motorizados.

Ese poder y sus lacayos no han tenido empacho en diseccionar cuantas veces ha sido necesario la ciudad consolidada, esa a la que recurren como algo inviolable cuando se pretende redistribuir los espacios en busca de oportunidades para otros usos, para ofrecérsela en bandeja al coche en forma de avenidas y aparcamientos rápidos y seguros.

En esas ciudades surcadas de grandes viales a la medida de los coches, en las que se puede aparcar por doquier, en las que se puede llegar prácticamente a cualquier parte al volante, ahora pretendemos meter las bicis, sin poner en cuestión su arquitectura y mucho menos los motivos que fundamentaron dicha configuración.

Así jugamos a hacer vericuetos para las bicis para consuelo de muchos, que se conforman con cualquier cosa, y para indignación del resto. Y alentamos a la gente para que los use y para que tema utilizar sus bicicletas en la calzada, porque es muy peligrosa para todo aquel que no posea un motor. Y así los ciclistas acaban circulando por las aceras y los coches no encuentran molestias en la calzada.

¿Qué se puede hacer con esto?

Pues, básicamente, hay dos alternativas: no hacer nada y dejar que la cosa desvaríe hacia donde sea menos hacia el detrimento de los intereses automovilistas o bien empezar a deconstruir la ciudad de los coches. Lo primero es lo que se está haciendo en la mayoría de las ciudades, lo segundo es el reto y un reto que se antoja difícil pero no imposible. 


El reto: deconstruir la ciudad de los coches

El reto consiste en ir haciendo el coche cada vez más inconveniente para los viajes urbanos, por supuesto, pero el verdadero reto, la reválida, consistirá, por encima de eso, en recuperar las ciudades para los ciudadanos. Sobre todo los centros urbanos. Hay que reurbanizarlos como espacios de convivencia, pero, más que eso, hay que devolverles su categoría de centros de actividades (y no solamente comerciales), de ocio, de encuentro y de vida.

Para ello será necesario impulsar una decidida estrategia que ataque la desertización de los centros urbanos, con políticas que busquen la ocupación de todas las viviendas que se encuentran vacías, penalizando las que no se ocupen. Pero será necesario también devolver las oficinas a los centros urbanos, para que vuelva a haber actividad económica, más allá de la comercial o la depauperada hostelera, favoreciendo a las que se ubiquen otra vez allí.

Este tipo de medidas devendrán en una reincardinación de más personas en el centro, pero en un nuevo centro, reconfigurado para que el acceso en coche sea penoso, cuando no imposible. Ayudarán a recomponer un transporte público que ahora se ahoga intentando dar cobertura en zonas dispersas y a centros de actividad deslocalizados y periféricos. Pero sobre todo servirán para mostrar una forma diferente de convivencia en la que la marcha a pie y las bicicletas dominarán las calles y donde las personas prevalecerán sobre los vehículos. 

Sin mayores actuaciones, sin desembolsos inalcanzables, sin cirugía urbana, sin hacer pasillos imposibles, sin grandes campañas mediáticas, sin bicicletas públicas ni otras vainas. Allí se impondrá el sentido común, la practicidad, y ahí la bicicleta se volverá incomparable y se impondrá en recorridos medios, para ceder el paso a los peatones en las distancias cortas.


Es un reto difícil, porque venimos de unos años, sobre todo los últimos, en los que se ha hecho lo contrario con avidez enfermiza, pero esos tiempos de la excavadora, el ladrillo y el fajo de billetes afortunadamente han pasado y ahora hay que mirar a lo que viene y a lo que se puede hacer... y deshacer.

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