lunes, 13 de octubre de 2014

Esto no va de coche sí, coche no

Mucha gente sigue enquistada con el tema de que la concepción de las ciudades como espacios habitables y de futuro sostenible contraiga un compromiso directo con la desincentivación del automovilismo compulsivo y abusivo, y lo interpretan como una guerra contra el coche, contra su concepto, contra su industria, contra su sola posesión. Y se ponen muy nerviosos al respecto, diciendo que disuadiendo a la gente de usar sus coches nos vamos a cargar uno de los motores de nuestra economía. Y eso no es así. O al menos no es así de simple.

Ahora mismo, en medio del debate sobre la conservación del bienestar social y económico conquistado a duras penas en las últimas décadas, estamos viviendo en ciudades insanas. Insanas porque la calidad del aire no es buena, insanas porque las calles se han cedido para la circulación y el aparcamiento en vez de para el disfrute de los vecinos, insanas porque cada vez nos hacemos más sedentarios, insanas porque la violencia se ha apoderado de las relaciones personales. La violencia y el miedo que nos atenazan y nos impiden disfrutar de la convivencia de otra manera y que nos han hecho desconfiar de la calle.

Para llegar a todo este escenario, la forma de vivir y de desplazarnos que hemos adquirido han jugado un papel determinante. Hemos querido vivir separados, aceptando tener que desplazarnos a la mayoría de nuestros destinos habituales en coche y hemos creído que en eso consistía nuestro progreso y nuestro bienestar, aceptando el precio de buen gusto y con orgullo, cuando no con ostentación.

El problema es que nuestra apuesta nos está condenando y, lo peor de todo, está condenando a nuestros menores a ser dependientes de esos viajes que sólo pueden afrontarse decentemente en coche y hemos renunciado a formas de vivir más sencillas y más amables, además de más baratas y menos necesitadas de espacios y de prioridades. Pero como nos hemos hecho tan indolentes y estamos entrampados hasta el cuello, miramos hacia otro lado como si la cosa no fuera con nosotros.

Va de mejores ciudades

Es sobre esto sobre lo que deberíamos estar reflexionando y debatiendo y no de si el coche es bueno o malo o hay que exterminarlo de la faz de la tierra. Está claro que el coche aporta una serie de utilidades incontestables para determinados usos: para cargar pesos o para desplazarse fuera de las ciudades de manera discrecional, por ejemplo. Eso es incuestionable y, a día de hoy, insustituible. Lo que nos debemos cuestionar es cómo podríamos dejar de utilizar el coche en los trayectos urbanos y cómo podríamos rehabitar los centros urbanos. Nada más y nada menos.

Es desde esa perspectiva y sólo desde esa desde la que podemos trabajar para proyectar las ciudades del futuro para que ese futuro sea mejor para todos. Lo demás son guerras y las guerras siempre son maniqueas, responden a intereses maximalistas y buscan más el enfrentamiento que la conciliación. Que muchas ciudades europeas se estén planteando eliminar los desplazamientos en coche en sus núcleos urbanos nos tendría que hacer pensar. Que algunas de ellas pertenezcan al mayor centro de poder y producción automovilística europea nos tendría que hacer sospechar de las tesis simplistas que tratan de asociar la desincentivación del uso del coche con la destrucción de la economía.

1 comentario:

  1. A lo mejor cuando cueste un riñon darle de comer al coche, es cuando nos plantearemos dejarlo. Si no es por obligación económica, lo veo muy díficil. La inercia del sistema de consumo-producción-deuda-dinero-trabajo-lo primero que me compro es un coche, es tan grande...

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