martes, 25 de noviembre de 2014

Preparados para lo siguiente

"Que paguen los confiados". Esa es la fórmula que parece que han elegido los que deciden para que la cosa funcione. Que paguen en todos los sentidos, desde el coste hasta las consecuencias. Y así nos va. De bien, por supuesto. Siempre que haya un rebaño suficiente que comulgue con las condiciones que se le imponen.

Así, cuando hablan de que la gente se anime a andar en bicicleta, tenemos que tener claro que lo están haciendo con la boca pequeña, porque la boca la tienen llena del pastel que les ha hecho tragar ese sistema cruel dominado por la lógica automovilística y que nos está dejando demasiado obesos y obsesos de que no hay alternativa razonable.

Es cierto. Nos hemos dejado engatusar hasta tal punto que, para cuando nos hemos querido dar cuenta, ya estábamos demasiado entrampados. Y es entonces cuando hemos decidido que este era un viaje sin retorno y que la situación era irreversible. Nos sentíamos más cómodos con ello. Nos daba igual pagar las consecuencias, las incomodidades, la pérdida de salud, de espacio, de tiempo y de dinero, y, lo que es más grave, de habitabilidad.


Pues no. Porque lo que no es menos cierto es que cualquier realidad urbanística y sociocultural se puede cambiar, por condenada que nos parezca. Igual que se cambió aquella en la que los coches no existían o no eran bienvenidos. Sólo hace falta determinación y constancia. Y será un proceso progresivo, gradual.

De hecho, algo de esto está cambiando porque ya nos hemos empezado a acostumbrar a que todo hijo de vecino no tenga derecho a exigir un espacio reservado para dejar su coche en la puerta de su casa, de su curro y de su tienda y nos empieza a sonar eso de que tampoco tenemos derecho a entrar por cualquier parte y a cualquier hora a bordo de nuestros automóviles, esos que alguien ha supuesto que todos poseemos y que queremos usar a todas horas.

También nos hemos empezado a familiarizar con las bicicletas, aunque no hayamos sabido todavía gestionar su uso y andemos pagando las consecuencias de ello en forma de desgracias personales. Algo inadmisible pero que, desgraciadamente, la inercia motocentrista nos ha hecho imponernos como daños colaterales. Los mismos que sufren los peatones desde el primer día en el que los tanques de cuatro ruedas irrumpieron en la ciudad, y que también hemos consentido como inevitables.


El paso siguiente, que ya se viene atisbando, es que nos vayamos haciendo a la idea de que lo del "coche para todo" se tiene que acabar y que eso va a ser bueno para todos. Ya sólo nos falta confiarnos en ello, hacerlo decentemente y pagar las consecuencias. Estamos preparados.

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