miércoles, 30 de septiembre de 2015

Buenas noches desde la ciudad de los coches

Dicen algunos que la dominación de las ciudades por parte de los coches está sufriendo un punto de inflexión en buena parte del mundo desarrollado y apuntan además que este declive de la sociedad automovilística no ha hecho más que empezar. Por supuesto, los que razonan de esta manera son los defensores acérrimos de lo otro: el transporte público, la bicicleta o el caminar. Claro.

Yo vivo en una ciudad automovilística. Es una ciudad pequeña en la que se le han concedido todos los privilegios al coche, a los automovilistas, de manera más acusada durante los últimos 15 años, bajo el mandato de las fuerzas ultraconservadoras. Las mismas fuerzas que consiguieron demostrar que la mejor renta per cápita de carril bici les podía dejar el camino expedito para continuar esquilmando la ciudad y promocionando el uso abusivo del coche con todo tipo de facilidades.


Pamplona es esa ciudad que presume de zonas verdes y de carriles bici, pero que sigue atrincherada en un modelo genuinamente automovilístico, donde circular en coche es más fácil que en cualquier otro medio de transporte porque está promocionado y priorizado hasta límites enfermizos.

Demuestra así que las infraestructuras contabilizadas en bruto no aportan sino números y que, pese a que cada vez más gente anda en bicicleta para desplazarse, en apenas 7 años de acción beligerante y de segregación de los ciclistas, se ha conseguido que la mayoría lo haga lejos del tráfico, normalizándose la circulación por las aceras.

Duele pensar en lo que se podía haber hecho en todo ese tiempo y con todo ese presupuesto condenado en la construcción y mantenimiento de grandes y pequeñas infraestructuras destinadas a deslegitimar el uso libre de la bici y fomentar el uso intensivo del coche. Aparcamientos subterráneos tremebundos en zonas peatonalizadas, circulación indiscriminada por autopistas urbanas diagonales, semaforizaciones a 50 kms/hora, pasos de peatones denigrantes, sobreocupación de las calles con aparcamientos de superficie y, lo que es más importante, habilitación de la circulación ciclista en las aceras. Esta ciudad ha perdido 25 años, que no es poco, intentando dar facilidades a los coches y quitándoselas a todos los demás.

Por eso ahora que el color político del consistorio parece que ha cambiado es el momento para esperar que este largo tránsito por el lado oscuro de la calle empiece a cambiar hacia algo más esperanzador. De momento, seguimos a oscuras.

lunes, 28 de septiembre de 2015

¿De lo sostenible a lo deseable?

Cuando tratamos el tema de la habitabilidad de las ciudades, hablamos normalmente utilizando eufemismos como sostenibilidad para enmascarar cuestiones más profundos y menos aceptables por las mayorías pasivas tales como ecología, responsabilidad social o daños colaterales de un sistema que esa misma mayoría ha aceptado como incuestionable. Pura conveniencia.

El ordenamiento urbano actual y el modelo de vida que lleva aparejado para la mayoría de la gente son insustituibles. La dispersión urbanística, la deslocalización de las actividades, la utilización masiva del coche, la cesión del espacio público en las ciudades para la circulación y el aparcamiento de automóviles, la subvención a los combustibles, a la construcción y mantenimiento del viario, a la compra de automóviles nuevos son sólo consecuencias de ello.


Eso por no mencionar los costes asociados a este modelo de vida que nos hace sedentarios, consumidores compulsivos, insolidarios y contaminadores extraordinarios. No es de buen gusto recordar las consecuencias sanitarias que asume la sociedad que soporta este modelo, tanto en enfermedades (diabetes, problemas cardiovasculares, problemas respiratorios, stress, cáncer...) como en costes asociados a accidentes (muertes, discapacidades permanentes, tratamientos y rehabilitaciones, daños en infraestructuras urbanas, seguros...).

Este modelo es insostenible. Lo sabemos. La calidad del aire de nuestras ciudades no es soportable, la calidad de la convivencia en nuestras calles tampoco. Sin embargo nadie es lo suficiente valiente para proponer un modelo nuevo. Los más atrevidos, como mucho, plantean medidas que sirven como parches o como acciones llamativas que generan interés y que impactan, pero nadie tiene un verdadero plan de cambiar de modelo, porque todos piensan que el modelo no se puede cambiar (o no se tiene que cambiar).


Por eso se sigue prefiriendo la sostenibilidad a la ecología, porque resulta más suave, más llevadera, más adecuada y menos implicadora. También porque es menos comprometida y eso permite ganar adeptos más fácilmente.

Cuando hablamos de movilidad esto es mucho más patente. Para empezar porque hablamos de movilidad como una cosa aceptada cuando realmente la movilidad es una enfermedad más de este modelo insano que hemos asumido. Tener que movernos para todo es lo que hemos dado por sentado. Porque no hemos sido capaces de conservar la cercanía, la proximidad, esa que nos abastecía y resolvía nuestras necesidades básicas en un entorno inmediato que se abarcaba normalmente andando. Y tampoco parece que seamos capaces de recuperarla, porque nadie lo plantea.

Nos hemos cargado en buena medida el comercio de barrio, los centros educativos de proximidad, incluso hemos alejado los centros de ocio y las oficinas de los núcleos urbanos a polígonos en el extrarradio a los que sólo se puede llegar en coche de una manera juiciosa porque han sido pensados para ello. Y compramos en internet cosas que venden o vendían los comercios en nuestro barrio (o en el de al lado).


¿Cómo vamos a cuestionar movimientos tan recientes? ¿Cómo vamos ahora a convencer a la gente de que deje los suburbios (muchos de ellos lujosos y soportando hipotecas fabulosas) para volverse al centro? Pero, mucho más que eso, ¿quién va a ser el valiente que proponga algo que eche por tierra todo un orden y una lógica tan poderosa como la que sustentó esa centrifugación, esa deslocalización, esa globalización? ¿O es que alguien en su sano juicio va a ponerse a cuestionar la especulación inmobiliaria y financiera, el automovilismo intensivo o el consumo compulsivo como garantes de la bonanza económica y valedores del bienestar y del progreso sociales y personales?

Nadie. Los pocos que están consiguiendo algo en otra dirección lo están haciendo aprovechando resquicios, despistes o concesiones de estos grupos todopoderosos y son conscientes de que, cuando se pongan nerviosos y les den el alto, tendrán que dejar de hacerlo y reverenciarlos sumisamente. La industria petrolera y del automóvil, el sector inmobiliario y el financiero, la lógica de explotar las poblaciones pobres en favor de los ricos siguen ostentando el poder y siguen inculcando el miedo a cambiar de modelo. Y tienen mucho poder y son capaces de dar mucho miedo porque también dominan los medios de comunicación, incluido internet.

Por eso es tan difícil proponer alternativas reales. Es más fácil mirar a otra parte o hacer algo para cubrir el expediente o para calmar conciencias poco exigentes. Un parque, un carril bici o unas bombillas led pueden ser suficientes.

Sin embargo y pese a todo eso, cada vez más gente empieza a cuestionarse este modelo y empieza a atisbar que otra forma de vivir es posible y empiezan a trabajar en hacerla posible. Es lo deseable. Lo que nos gustaría que fuese la ciudad, el barrio, la calle.

miércoles, 16 de septiembre de 2015

Ellos ya le han dado la vuelta

Mientras nosotros andamos devanándonos el seso con nuestras dudas, nuestros miedos, nuestros reparos y nuestros respetos cuando tratamos el delicado tema de reducir la utilización abusiva del coche en la ciudad, ellos, los de la industria del coche ya han dado un paso adelante y han demostrado que en esto de vender ideas y estilos de vida deseables son unos verdaderos cracks.

Y lo han hecho abandonando el estereotipo de automovilista prepotente y ciclista tontuno que rivalizan ridículamente en el tráfico demostrando que el coche sigue siendo el mejor, también en la ciudad. Eso ha quedado ya demodé, anticuado, del siglo pasado. Ahora el tipo que buscan como modelo propietario de su supercoche es alguien que es lo suficientemente listo como para no utilizarlo de forma tonta. Es un ciclista. Moderno, bien vestido, consciente y consecuente, que vive la vida de acuerdo a una armonía, con intensidad pero sin agobio, y toma sus decisiones siguiendo esa pauta.



Bien es cierto que la industria, cada vez más poderosa, de la bicicleta no es ajena a esta tendencia y ha sabido responder con el mismo mensaje, aunque mostrado al revés. ¿Casualidad?



Nada es casual en el mundo de la publicidad. Nada es casual en las campañas de promoción de la industria automovilística. Nada. Todo está pensado, todo está decidido, cada pose, cada detalle, cada palabra, cada silencio, cada alusión y cada omisión. Así pues, démonos la enhorabuena, aprovechemos el tirón y que han puesto a sus cerebros a pensar que la movilidad sostenible es incuestionable y asintamos con gravedad y con una pretendida sumisión complaciente que les gustará.

Esto está chupado. Ahora nos queda el verdadero escollo en cualquier cambio social profundo: convencer a la clase política.


martes, 15 de septiembre de 2015

¿Nos creemos realmente que hay alternativa a la ciudad de los coches?

Llevamos más de 25 años dándole vueltas al mismo asunto: cómo reincorporar las bicicletas de una manera digna en nuestras ciudades... y hoy es el día en que todavía no lo tenemos del todo claro.

Somos una generación que ha nacido y ha crecido en ciudades que han ido dando más y más oportunidades a la utilización del coche y parece ser que somos incapaces de plantear algo diferente sin ruborizarnos un poco. Es normal, nos avergonzamos de haber participado en este festín automovilístico y ahora nos parece que, de alguna manera, estamos traicionando un poco un estilo de vida que nos ha acompañado toda la vida hasta estrangularnos figurada y literalmente.

Hemos pasado por distintas fases en este camino. Primero, la de jóvenes aguerridos, valientes y decididos que utilizaban sus bicicletas en un mundo hostil menospreciando el riesgo y haciendo gala de un coraje ejemplar (o, al menos, eso nos creíamos o nos hacían creer nuestros semejantes). Luego, ocupamos posiciones más vanguardistas, tratando de defender de una manera organizada y misional nuestro derecho como ciudadanos ciclistas. Algunos, después, tuvimos la oportunidad de proponer y desarrollar nuestros propios proyectos para poner en marcha iniciativas que ponían en valor económica y socialmente la bicicleta. Los más privilegiados pudimos participar en algunos procesos efervescentes a finales de la década pasada, donde la bici ebullía y se mostraba como una prometedora artífice de la redención de nuestras ciudades del automovilismo.

Esta década implosiva nos ha enseñado que no era oro todo lo que relucía, que muchas cosas se han quedado en agua de borrajas y que las bicicletas en la ciudad siguen aquejando una marginalidad ilusionante que ya se les está haciendo añeja.


Hasta hoy. Días antes de la Semana de la Movilidad, que ahora se ha quedado sólo en Europea y ha perdido el apellido de Sostenible, que no deja de ser un poco como la Semana Santa del transporte, llena de actos solemnes, de reuniones ceremoniosas, de boato protocolario, de marchas colectivas, de chiringuitos y de rollo festivalero. Somos incorregibles. Nos gusta presumir de lo que carecemos. En esta semana que viene nos vamos a ver las caras más o menos los mismos de siempre para volver a reprocharnos que no hemos sido lo suficientemente valientes para darle la vuelta a la tortilla "autoinmobiliaria", y, peor que eso, que no lo vamos a ser, incluso demostrando que sabemos lo que hay que hacer. Porque somos cobardes y nos encontramos cómodos en las medias tintas, en la mediocridad celosa y pacata, envidiando a los demás pero desconfiando de sus progresos.

Los que además vivimos inmersos en escenarios políticos cambiantes, vamos a poder empezar a comprobar cómo se concretan los nuevos propósitos de renovación urbana, en los que la gestión movilidad y del espacio público juegan un papel importantísimo (o deberían hacerlo).  

Mientras todo eso ocurre, seguiremos tratando de hacer pedagogía, en cualquier oportunidad que se nos presente, para seguir insistiendo en que se puede mejorar notablemente la calidad de los lugares donde vivimos y que eso pasa por repensar nuestras ciudades en claves distintas a las puramente especulativas y consumistas. Sabiendo que vivimos en una sociedad donde el propósito de enmienda va de la mano de la enmienda al propósito y que nos gusta más el revisionismo que la construcción de un mundo mejor. Ahí estaremos.